Viven más adelante en la curva, asomados al vértigo de un poco más tarde. Miro sus rostros, escucho sus voces, intento descifrar sus manos pero no atravieso el enigma que encierran, simplemente porque aún no ha llegado mi momento. Es la potencia del exponente, que no entiende de las rectas en que nosotros trazamos nuestro dinero, nuestros metros cuadrados y los cilindros de nuestros motores; es la fuerza del exponente que todo lo engulle. No por casualidad se escriben tan arriba. Así, cuando vienen de vuelta, al descender la curva que les trae desde el abismo a nuestra superficie, sienten que hablan una lengua que otros no comprenden, que sueñan que quieren gritar y la voz no les brota de su garganta, sienten que hasta con su silencio deben proteger a los que aún no han estado allí. Son viajeros del futuro. Y yo miro por mi ventana, hacia ningún lugar, solo para viajar allí. Así viajo desde mi celda, con el pensamiento, que no es igual que llevar los pies por los caminos, si no más bie...
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