Sobre la Consciencia
Se podría afirmar que la consciencia es el hecho evidente de reconocer la propia existencia, y se habría definido entonces el concepto que tratamos. No es poco, pero se puede ir mucho más allá.
¿Qué tal sería diferenciarlo de otros términos con los que es posible confundirlo? Me refiero en primer lugar a la conciencia, por no distinguirse de vez en cuando en el lenguaje cotidiano. La conciencia es la capacidad de distinción entre el bien y el mal. Como habitualmente se le dice a los niños y a los no tan niños, es una vocecita que habla desde la tripa y te dice si eso que has hecho está feo o no. El otro, que podríamos llamar “false friend”, como se designa a las palabras de otra lengua que parecen corresponder con la de la propia pero no es así, es el término pensamiento. En este caso hay una diferencia: el primero se confunde por imprecisión lingüística, pero éste implica una equivocación o, mejor, una imprecisión fundamental. Así, el pensamiento es el conjunto de procesos constituyentes de la actividad mental, que permiten desenvolverse satisfactoriamente en el entorno. Pensamos relacionando cosas abstractas que llamamos ideas y que nuestro cerebro puede manejar con relativa facilidad. Éstas componen el lenguaje del cerebro y su nivel de complejidad puede ser mayor o menor. Es, en definitiva, un procesamiento de información con el fin de actuar según unos objetivos. Se parte de la percepción o recogida de información y se llega a conclusiones y decisiones; entre esos dos puntos se piensa.
Por ejemplo, requiere mayor complejidad un pensamiento racional que uno irracional, basado en instintos, que son comportamientos programados o preestablecidos que permiten una mayor rapidez de respuesta, frente al mayor alcance y profundidad de los racionales. De cualquier forma, ambos son pensamientos. Tomando esta definición también se puede afirmar que los animales piensan, pues desarrollan procesos que les permiten realizar actividades tales como comer, preparar viviendas o guaridas y desenvolverse satisfactoriamente en su entorno. Un paso más allá sería el de afirmar que los ordenadores piensan. Lo hacen. Pero de una forma mucho más simple que nosotros los humanos. Las ideas que componen su lenguaje son muy sencillas, pues se componen a penas de unos pocos ceros y unos, sin embargo el modo en que las relacionan es muy complicado y veloz, así que les permiten calcular, pero también mostrar signos de inteligencia, capacidad de aprendizaje y adaptación. De todas formas, la capacidad de desenvolverse no está desarrollada hasta el punto de ser autónomos como los seres vivos. Pero alcanzarlo sólo implica un salto cuantitativo, un aumento de complejidad.
Para continuar en este destripamiento de la definición, veamos que se trata de un hecho, y no de un acto. La consciencia es involuntaria, no parte de una decisión del individuo, si no que es y ocurre. Se es consciente inevitablemente. No ocurre así con el pensamiento, ya que decidimos si pensamos o no. Bien es cierto, resulta difícil porque estamos continuamente recibiendo estímulos a través de los sentidos y si decidimos no pensar en uno de ellos, nos llega a continuación el siguiente, como si de una cadena de montaje se tratara, y ya capta nuestra atención inmediatamente. Aún así, con la suficiente concentración se puede conseguir no pensar, no procesar información.
Además de ser un hecho, es evidente. No tiene un por qué, no es demostrable ni se basa en otras evidencias. Es una de esas cosas que se toman como ciertas aún sin pruebas, puesto que nadie lo duda. Si alguien le pregunta si usted es consciente probablemente conteste que sí, que por qué no lo iba a ser y que vaya pregunta. Es indudable, pero como casi todo lo evidente, es una verdad tan clara que cuesta apreciarla, al igual que no solemos ver nuestra propia nariz por estar tan cerca de nuestros ojos o no notamos la ropa que llevamos a pesar de que está en contacto con casi toda la piel.
Tras desarrollar los anteriores aspectos y detalles de la definición de consciencia, podemos ahora entenderla mejor. Recordemos: “la consciencia es el hecho evidente de reconocer la propia existencia”. Ser consciente no es saber si se hace bien o mal, ni procesar información; es algo que nos ocurre inevitablemente, para lo que no tenemos pruebas, pero que no dudamos. Es darse cuenta de que uno mismo existe y notarlo continuamente.
Y hay algo más. La consciencia no sirve para nada. Naceríamos, comeríamos, aprenderíamos, pensaríamos, desarrollaríamos tecnología, escribiríamos libros, nos enamoraríamos, moriríamos… Animales, plantas y demás seres vivos sobreviven independientemente de si son o no conscientes de lo que hacen. Los ordenadores desempeñan sus funciones sin necesidad de darse cuenta de que lo hacen. Todo ello sin que importe si sabemos que estamos: estamos y es suficiente. Pero, a pesar de que no pinta nada en medio de todo este universo, está innegablemente.
Podríamos preguntarnos por qué existe la consciencia, puesto que no supone ventaja alguna que potencie la supervivencia y perpetuación de quien la posee, si quiera tiene repercusión sobre lo que nos rodea. Sé que los lectores darán respuestas de diferentes tipos a este interrogante. Unos le atribuirán inmediatamente un carácter divino, enorme frente al modesto ser humano y fruto de la creación, utilizando lo aquí expuesto como justificación a sus creencias o fe. Otros comenzarán, o quizá hayan comenzado líneas arriba, a buscar argumentos y evidencias que sitúen el concepto en cuestión dentro del marco de las leyes naturales, de forma que todo lo que compone la realidad pueda contemplarse desde un punto de vista estrictamente científico. Habrá a quien le parezca interesante y no le dé más importancia. Y la última de las posibles posturas ante la pregunta es: “pues en principio no sabría decir… Pero tengo que pensar sobre ello.” Éstos últimos encuentren quizá en este escrito algún punto que llame especialmente su atención y piensen sobre él con posterioridad, para llegar luego a sus propias y personales conclusiones.
Aún así, probablemente carezca de sentido preguntarse a cerca del por qué de la consciencia, algo que, por evidente, resulta tan desconcertante. Lo que sí puedo asegurar es que, tras años de exploración activa del conocimiento, no me he encontrado con nada tan curioso como la consciencia: algo sin finalidad, sin carácter físico alguno, ni relación con lo que llamamos universo. Quizá se halle asociada de algún modo a la vida, pues somos conscientes del ser humano que habitamos, pero no podremos asegurar que no lo son también los animales, las plantas, o los objetos inertes; lo indudable es que redunda sobre la vida: lo vivo está vivo de por sí solo, pero hay alguien observándolo, refiriéndose a la vida en tercera persona. Ella, la vida, y yo, quien está por detrás observándola. No conozco verdad tan exótica.
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