Dímelo con tus manos
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Dímelo
con tus manos
calladas
como las nubes por el cielo,
silenciosas
como los rayos de sol
que
nos envuelven la piel.
Entreábremelas
muy despacio,
esas
tus palmas, pausadas estrellas
que
no se acaban, ni se gastan,
ni
se van, amor.
Entreábremelas
y bésame con ellas
las
manos mías.
Porque
no hay beso más sincero
que
ese nuestro de una yema
posada
en una palma.
Verás
como no hace falta más
que
sostener tu carita fina
con
mis enamoradas manos
para
comprender que ellas
no
saben mentir,
que
no entienden de promesas ni de planes
si
no que hacen y dan
y
se dejan dar, reciben caricias
y
guardan secretos de papel o pequeños latidos.
Así,
las manos desnudas
sin
pinturas, ni relojes ni anillos ya,
los
cuales atan nada más
a
un nombre, a una hora
o
a alguna apariencia disfrazada,
nos
las podremos colmar de tacto
y
de sincera materia.
Por
eso, al abrir los ojos
podremos
verlas, al fin, amor,
llenas.
Gerona,
19 de mayo de 2008.
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