Ley Natural del Tamaño
Ciertos
montes presentan la cualidad abrumadora
de
rozar delicadamente las nubes más altas,
ciertos
montes que no es más correcto
atribuir
a la tierra
que
al cielo.
Sin
embargo, hay quien los describe
como
discreto montoncito de piedras
sobre
el cual subió en busca de límites
y,
aún así, no encontró nada nuevo:
tras
el horizonte, no hubo si no
más
horizontes similares.
La
misma paradoja se puede trasladar a las sortijas
con,
a penas, extensión para envolver un exquisito anular
cuando
a fuerza de quererlas,
a
fuerza de recorrer sus órbitas internas
centrifugan
su insignificante circunferencia
hasta
abrazar, o aplastar, ciertos planetas,
ciertas
uniones.
Tratando
asuntos más evidentes,
cabe
señalar que todo futuro restante
se
puede anotar en un pedacito de papel
como
ya ha quedado demostrado
con
anteriores futuros, repletos de fechas,
de
besos, muertes, lugares y citas.
Entonces
lo llamáis pasado
le
cambiáis el nombre por reducirlo
a
la talla del diario
mientras
que las palabras son las mismas.
Solo
al henchirse de significado tales palabras,
al
inflarse de tacto, capacidad de ser tocado,
abarcar
los sentidos y constituir completitud:
llenar
el universo de instante
lo
llamáis presente.
Del
mismo modo, dos personas
separadas,
lejos, muy lejos
necesitando
millones, miles de millones
de
kilómetros inmensos
para
colocar entre ambos,
no
suponen más que un diminuto vacío
una
desazón indiferente que
nunca
gasta mucho más de un centímetro.
Pero
si se observan otras dos personas
juntas,
cerca, muy cerca
a
menos de un centímetro
una
boca de la otra
el
aire circundante comienza a no ser suficiente
las
miradas se atraviesan transcendiendo
creciendo
sin límite hasta llenar la habitación,
la
Tierra comienza a pesar más y más
todos
los números se quedan pequeños
y
algunos empiezan a faltar de tanto gastarlos.
Creo
que es por la sensación extraña,
y
poco habitual, de ser, de ser en otro,
de
que otro sea en uno mismo,
que
el espacio, por infinito que sea,
parezca
insuficiente
para
algo tan inmenso que no puede más que
rendundar
en su inmensidad.
Por
eso, en medio de toda esta confusión
de
grande y pequeño,
diminuto
y gigante
donde
los números y las distancias
no
aclaran, al fin y al cabo, nada
no
existe más ley
que
la ley del tamaño natural,
simple
por no distinguir más que
lo
que cabe en una mano
y
lo que no.
No
hace falta más,
no
es necesaria otra distinción que
la
de qué hay que llevar consigo,
guardar,
proteger o poseer
o,
por el contrario,
es
nada más para acariciar,
para
tocar, o acompañar en su movimiento.
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