Grecia: las contradicciones de mi Union Europea

Las conversaciones, cuando son interesantes, consisten casi siempre en una guerra entre dos posturas enfrentadas. Porque la emoción está en el conflicto y porque la trama se desarrolla desplegando una dualidad. Pero yo siempre me he considerado un hombre de ciencia, de método científico, que busca la objetividad y la consistencia dejando todo lo atrás que puedo mis sesgos, mis preferencias, mis implicaciones. Y he descubierto que, por ello, muchas personas sienten frustración al discutir conmigo. Esas muchas personas acostumbradas a que el contrincante defienda con determinación lo contrario; no como yo. Por eso se encabronan. Desde hace unos años para acá, un buen número de esas conversaciones interesantes comienzan con Grecia, como ésta.

Grecia es muy relevante; a pesar de tratarse de un país de 10 millones de habitantes, con una economía de tamaño modesto (la quinta parte de la española), sin una actividad sobresaliente en el contexto internacional... por lo que desde muchas perspectivas se diría que es un país casi demasiado modesto como para formar parte de la Unión Europea. Sin embargo, Grecia es relevante porque manifiesta las contradicciones más profundas de un sistema político y económico, la Unión Europea, cuyos 18 billones de dólares de PIB superan al de China o al de E.E.U.U. Estas contradicciones, tiempo atrás implícitas, se manifiestan hoy incontestablemente a cada paso, a cada movimiento por esquivarlas, como ocurre en todos los sistemas que se encuentran muy alejados de su posición de equilibrio. Y es que la Unión Europea, es exactamente eso: un sistema alejado de su punto de equilibrio.

Para empezar, las fronteras de la Unión Europea nunca han estado quietas, la última corrección que recuerdo es la de la ruptura de lo que ahora son Eslovaquia y República Checa, en 1993. No es necesario recordar, y no tengo papel suficiente en este blog para enumerar las batallas entre los fraternales estados miembros. Por no mencionar que el último estado, Croacia, se anexionó en 2013. Ah! Y a penas dos miembros hablan la misma lengua. Desde una perspectiva amplia en tiempo y espacio, Europa ha sido un bullir de acontecimientos traumáticos durante los últimos dos siglos de estabilidad en E.E.U.U.; en comparación con China como unidad política, económica y cultural, la Europa unida representa unas pocas décadas frente a siglos de continuidad.

Existen varias fuerzas atractivas que tienden a acercar a todas estas naciones soberanas que decimos formar Europa. La primera y más obvia es la contigüidad geográfica: somos vecinos y, queramos o no, interactuaremos; constructiva o destructivamente, pero lo haremos. En segundo lugar, se es consciente de que el comportamiento de estas naciones no ha sido, digamos, ejemplar en el pasado, generando una tácita intención mutua de reconciliación. Y, no menos relevante, un cierto ego ambicioso capaz de hacer de tripas corazón para asociarse con franceses, belgas o checos con tal de decir que el continente propio no es menos que el continente del otro lado del océano, de modo análogo a los vecinos enemigos que se encuentran de repente encumbrando las fiestas patronales de su pueblo a lo más elevado de la comarca.

A pesar de éstas y otras fuerzas atractivas, la historia y los hechos muestran que nunca han sido definitivas ni persistentes, gritando mudamente que el proyecto de unión más pronto que tarde fracasará en una divergencia resentida.

Pero esto, ¿quién no lo sabe? Y si es, en el fondo, algo conocido por las naciones y sus burócratas, ¿se trata el proyecto europeo solamente de intentarlo ciegamente para comprobar si esta vez era posible construir un todo coherente y estable? ¿Es solo un intento noble de perseguir los ideales de paz, fraternidad y unidad? No, nunca ha sido solo eso. Siempre hay más.

A mi me encanta ver pelear a boxeadores muy técnicos, esquivos y explosivos como Many Paquiao o Juan Manuel Márquez. Fueras de serie que forman parte de un selecto puñado de hombres en todo el mundo. Imagina por un instante un combate a doce rounds entre Paquiao y el campeón de tu barrio. Seguro que tras caer de espaldas sobre la lona en el tercer segundo, su primer pensamiento no sería que le han robado el combate. Sería ridículo, sin duda. Y es ridículo que el champion de tu barrio en primer lugar vaya a que le partan la cara, pero no menos ridículo sería para el campeón mundial batirse con un boxeador indiscutiblemente inferior. Sin embargo, a ojos de un burócrata europeo, no habría más que un combate limpio amparado por las mismas y estrictas reglas para todos los luchadores.

Esta es la Unión Europea de la que hablo: la de un mercado común, la de unas fronteras inexistentes, la de unas transacciones libres de trabas, la de la moneda única, la de la fiscalidad armonizada... La Europa en que los fuertes humillan a los débiles en campo abierto. El núcleo mismo del neoliberalismo reside en este concepto, un libre mercado abierto cuando ya unos participantes son más fuertes que el resto, el retirar las señales de tráfico cuando tú tienes el camión. Éste es el sutil detalle de la liberalización del mercado en nuestro tiempo, que el entorno es igual para todos, salvo por las condiciones de partida.


 



El resultado de esta homogeneización es la divergencia de los actores inicialmente diferentes. Y así se observa en los gráficos de industrialización de las economías alemana, española, griega... y su evolución previa y posterior a la introducción del la moneda única. Poco más se puede decir. Salvo que para no ver que esto mismo iba a suceder, hubo que no querer mirar.

No es ningún misterio que una economía cuya moneda se devalúa desarrolla un incremento de sus exportaciones. Basta recodar cuando el dólar caía hasta los 0.65 euros y la gente de Madrid se iba de compras a Nueva York los fines de semana. Por contra, muchos países con monedas más débiles, se encontraron con que ya no era barato para otros países comprar en España o en Italia, porque para pagar un euro hacía falta un dolar y medio. Alemania, Austria u Holanda, libres de esta apreciación de su moneda, tejidos productivos muy desarrollados y un mercado libre de 350 millones de habitantes sin aranceles, fronteras o trabas administrativas, experimentaron una época de esplendor económico.

Durante mucho tiempo pensé que esta época tan oscura y regresiva inaugurada a finales de la década pasada, había sido cabalgada exitosamente por gigabancos, hedge funds y demás corporaciones financieras, pues sociedades y estados caían en sus manos atados por las deudas con ellos. Veía muy claro cómo inventaban sus agujeros contables para exigir mediante amenaza de colapso económico que la riqueza de la sociedad pasara a sus arcas privadas. De modo que la deuda privada se transmutaba en pública en un ejercicio alquímico de inevitabilidad y asunción de sacrificio. Así, por un lado el sector financiero recibía líneas de crédito en condiciones especialmente ventajosas de 40.000.000.000 euros mientras la deuda pública ascendía de un 60 a un 98% del PIB entre 2010 y 2015. No sé si es esto a lo que se refería Mariano Rajoy con "no gastar lo que no se tiene"...



Luego me he dado cuenta de que no me encajan los números, porque cubrir los pufos de la banca no alcanza para representar los aproximadamente 600.000.000.000 euros solo de deuda pública contraída en estos siete años. Y es que hay otro agujero mucho mayor: el dinero que todos los años mandamos al resto del mundo, que es menos del que traemos de vuelta.



Durante 10 años, España ha enviado al extranjero de media 60.000.000.000 euros (tres recapitalizaciones de Bankia) netos anuales. Éste ha sido el agujero de la economía española. Y el de Grecia. Y el de Italia, Portugal... Todas esas naciones que veían la entrada en el Euro como una apertura de mercado gigante, pero no aceptaban el hecho incontestable de que el mercado se abría en ambas direcciones. Diez años perdiendo dinero que países más desarrollados ganaban. Diez años pidiendo prestado lo que nos faltaba para llegar a "fin de año" que socios en mejores condiciones nos prestaban a precio de no-socio. Al mismo tiempo que estos países del Sur, de la Periferia, del extrarradio europeo se encuentran de bruces con la realidad de que no pueden hacer frente a sus deudas y con la reprimenda paternalista de "debes ser más austero", los países acreedores se encuentran de bruces con su propia realidad amarga, la de haber prestado a quien no tenía buenas perspectivas de devolver el crédito. Menos amarga, sí, porque los que quiebran son sus competidores y porque la probabilidad de quiebra ha sido compensada por la prima de riesgo por la que España, Italia o Grecia ha tenido que pagar por sus préstamos intereses del 5, del 10 y hasta del 20%.

No suficiente con requerir a los países del Sur para entrar en este selecto club la implantación de desfavorables cuotas agrarias y pesqueras, destruir sectores como el minero, privatizar compañías despojando a los estados de fuentes de ingresos y financiación, permitiendo la materialización de ironías como que una empresa eléctrica española pública se privatice para que termine participada por una eléctrica alemana... pública! (Endesa -> EON), tras ofrecer una batalla comercial en igualdad de condiciones a economías claramente inferiores, la solución que proponen los ganadores es: "pídeme más préstamos para hacer frente a tus deudas, véndeme más empresas públicas e infraestructuras, como el puerto del Pireo, sube los impuestos para que tus empresas quiebren..." Como si al autónomo ahogado por deudas le ofreces como solución un nuevo crédito con la condición de que te venda la furgoneta con que se gana la vida, y a precio de ganga. Y eso es lo que se está proponiendo a Grecia como única solución. Quien vea en la Unión Europea un espacio de cooperación, creo que se equivoca radicalmente. Yo veo en su lugar competencia hipócrita.

Y, ¿cómo acabamos aquí? Sí, hubo y hay gobiernos serviles, ciegos, corruptos. Pero ahí estaba gente como Julio Anguita profetizando lo evidente mientras PP y PSOE llevaban el 80% de los votos vendiendo un sueño ingenuo que la sociedad compró. Sin ser yo nadie para juzgar, pues lo poco que he entendido, lo he entendido años después siendo necesario decidir con años de antelación. Pero es muy cutre, sí.

Y, ¿ahora qué? En mi idea del mundo, España va detrás de Grecia y ésta a su vez, detrás de Argentina. Si al comienzo señalo que el curso de los acontecimientos en Europa no habría de sorprender a nadie, es porque sigue al pie de la letra el patrón dibujado por Argentina y su crisis a finales de los 90 y principios de los 2000. En vez de asignar por decreto paridad con el dólar estadounidense, otra moneda más sólida y valiosa que la local, en los países del sur de Europa se hizo lo mismo con el valor de sus monedas al sustituirlas por el apreciado euro. La equivalencia dólar-peso arrastró un país repleto de recursos provisto de infraestructuras desarrolladas, la primera economía de América del Sur a principios de los 90, hacia un precipicio de déficit en la balanza de pagos por desindustrialización del país y caída de las exportaciones, acumulando deudas con acreedores externos, como el FMI. El desenlace de esta tensión de elevar el precio real de la moneda a uno artificialmente superior solo puede ser la destrucción del tipo de cambio fijo de vuelta al valor intrínseco de la moneda local. Entonces solo queda reconocer la cruda realidad de la no viabilidad de una deuda que, observando el valor real de la moneda local, se ha multiplicado en términos reales por dos, por tres... y que para que el país vuelva a producir valor, ha de librarse de su peso mediante un impago. Los acreedores verán materializado el riesgo de su inversión, por el que obtuvieron intereses suficientes, y el país no verá penalizada una credibilidad que ya había perdido tiempo atrás. Los ahorradores contribuyen con los depósitos que pierden en la devaluación,  ejecutada repentinamente al amparo del corralito. Así fue y así volverá a ser. No hay diferencia entre los escenarios de Argentina y los países del extrarradio del Euro. No hay camino alternativo a lo naturalmente inevitable.

Ésta es la realidad en que unos y otros nos retratamos cuando hablamos o callamos sobre Grecia. Una realidad florecida de inconsistencias y contradicciones que nos amargan el himno y la pureza plural de nuestro ideal europeo: somos socios a la vez que competimos por nuestra cuota de comercio, somos diferentes que pretenden no serlo, participamos en un proyecto común sin renunciar a los propios, en la que unos quiebran a vecinos que reportan riqueza, en la que culpas a unos de no mantener la prosperidad que tú mismo has roto para ensanchar la tuya.

Y ésta es mi Europa, a la que yo tanto admiré como cultura, como sociedad, como un selecto club en el que no tuve la suerte de ser alumbrado. Y aunque sigo admirando a los nórdicos, a los germanos y a holandeses como sociedades avanzadas en muchos aspectos, ahora veo otra cara de la misma moneda. Me han invitado a la cena de los idiotas, a un negocio en calidad de socio, pero resulté ser una especie de cliente. Me han pedido cerrar mis chiringuitos como parte del trato y cuando les toca cumplir su parte me llaman vago. Como sociedad, el extrarradio del euro no ha sido vago ni falto de recurso humano de calidad, pero sí ingenuamente ambicioso. Nunca ha dejado de ser Europa un frenético ir y venir de fronteras, ideas y modos distintos de vivir, pero quizá estas últimas décadas hayan sido las más estables en siglos, y ya hayan terminado.


Wish you were here - Pink Floyd

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